La transición de la adolescencia a la adultez está llena de muchos matices. Es un proceso diferente para todos; unos nacieron con 40 años, y otros nunca dejamos de ser niños hasta pasados los 30.
Algo que me ha ayudó a afrontar las complicaciones de la vida adulta y comprender la frase de mi abuela “cuando crezcas lo entenderás”, fue salirme de casa de mis padres. Aquella pequeña pero acogedora casa que me vio nacer, crecer e incluso llegar borracho cuando apenas tenía 16 años.
La primera vez que me fui, no muy lejos de casa, mi mamá rompió a llorar, evidentemente. Pero eso es lo maravilloso de la vida, salir del nido, aventurarse, aprender a lidiar con los problemas por uno mismo y solucionarlos con la misma velocidad.
¿Cómo es vivir con roomies?
En realidad no hay una respuesta concreta. Solo una: es una segunda familia.
Aprenden a conocer sus vicios, sus malas costumbres y las buenas por supuesto. Juntos crean un ambiente de hogar, tal vez con un toque de tabaco y alcohol, pues así somos los jóvenes. Pero al fin, un hogar.
Comprenden la importancia de pagar el internet a tiempo, de apagar las luces cuando nos las estas usando, pues al final del mes te llega la factura muy alta y con ese dinero puedes comprar un par de cajetillas de cigarros extra. Aprenden a no desperdiciar el agua, apagar el boiler cuando no lo estas usando, a acomodar la basura en orgánica e inorgánica. A bajar la tapa del excusado, pues ya no es el baño de tu recamara de adolescente. Tal vez ahora vives con una señorita y empiezas a sentir vergüenza al dejar las orillas salpicadas.
El efecto mariposa: Pequeñas acciones pueden ayudar a crear grandes cambios.
Una cosa lleva a la otra. Cuando menos te das cuenta, aprendes a organizar tus gastos, a no despilfarrar dinero. A llegar temprano a casa porque al otro día te toca lavar el refrigerador. Aprendes a ser adulto. Pero aún tienes 23 años. Aún te vas de fiesta, aún huelen a cigarro tus cortinas, pero en tu refrigerador las cervezas, helados y embutidos, son sustituidos por verduras y cosas sanas. En tu cartera ya no hay comprobantes de restaurantes y bares, sino de supermercados y pagos en el banco.
En resumen, este fue mi proceso de madurez. Me ayudó a comprender muchas cosas que no entendía hace solo un par de años. La importancia de cuidar el lugar donde vivo, de tener la costumbre de designar cierta cantidad de mi dinero al espacio donde vivo.
Vivir con roomies es una buena manera de entrenarnos para entrar de lleno a la vida adulta, para poder pagar un crédito hipotecario, de ser dueños de nuestro propio patrimonio, de cuidarlo e invertir en él. De valorar las cosas.
Y así, ahora que me mude solo, en otra ciudad, muy lejos de mi madre y tengo mi patrimonio propio, entiendo que de vivir en casa de mis padres, a vivir completamente solo, no habría podido sin antes haber compartido con roomies. Gracias Christopher, David, Karina, Diego, Petter, Alex, Daniel, Larissa, Edgar y Ariadna, ustedes me enseñaron a ser adulto.